José Carlos Medina Sagrario


Abogado

Hay muchas formas de llegar al mundo del Derecho y una de ellas es la pura vocación, aquél impulso que comienza desde edad muy temprana y se forja idealizando estereotipos literarios o hasta cinematográficos y se va esculpiendo con los años a base del roce con la realidad, hasta llegar a conformar una idea práctica, eficiente y realista de esta venerable profesión.

Pero todo este barniz de realismo no serviría de nada si, en el fondo de nosotros, no subyaciese aún aquella idea romántica de la Justicia que un día nos llamó a este camino.

Es exactamente esa mezcla de sentido práctico y tendencia a la eficiencia, pero sin perder la ilusión de conseguir un resultado justo para nuestro cliente y, con ello, también para toda la sociedad, la que hace que esta profesión sea nuestra elegida para toda la vida y nunca desistamos de ella.

Es conseguir que nuestras razones, que son las de nuestro cliente, sean atendidas a pesar de las sobrecargas burocráticas, de la escasez del tiempo, de las imperfecciones humanas, las nuestras y las del conjunto de personas que integran este entramado orgánico al que llamamos, significativamente, Administración de Justicia, aquello que hace que esta profesión no sea fácil y, por eso mismo, sea aún más fascinante.

Porque el Derecho es, sobre todo, un excelso y trascendente acto de comunicación entre seres humanos y consiste, en definitiva, en que nuestra voz se oiga con la claridad, sencillez, racionalidad y lógica suficientes como para que sea tenida en cuenta por el destinatario final de nuestras motivaciones, aquél que tiene la potestad de darnos o quitarnos la razón formalmente en aplicación de la Ley.

No basta con tener razón, hay que saber exponerla y, para ello, debemos a veces saber negarnos a nosotros mismos y callar dejando que nuestra verdad caiga por su propio peso y, en otras, hablar o escribir con toda nuestra energía y contundencia para hacerla aflorar entre una vorágine de apariencias adversas, sin olvidar nunca que defendemos solo “una razón” - la nuestra - pero hay otras…

Se dice que el abogado debe ser, sobre todo, un gran autor, y a ello yo añadiría que hay que tratar cada caso no como si fuese el primero de nuestra carrera, ni tampoco el último, sino como si fuese el único.